Al ser madre descubres detalles ocultos respecto a tu nueva misión y entiendes que habías idealizado tal rol. Aún así,
con tu bebé en brazos, puedes ver -con insólita claridad- que no hay fuerza motriz más potente que tu hijo. Pues el amor maternal es una fuerza que te empuja a vivir.
El amor maternal te empuja a seguir
Como se ve en aquellas noticias que dejan pasmada a la sociedad toda y sensibilizan a aquellas mujeres que han tenido la fortuna de ser madres, el amor maternal mueve montañas, es gestor de los más sorprendentes y asombrosos milagros.
No importa aquí el cansancio ni la situación que se enfrente. No importan las noches de desvelo, el desorden provocado, las pertenencias rotas, los quehaceres domésticos no resueltos ni aquellos planes que no pueden concretarse tras fijar nuevas prioridades al cambiar los horizontes de tu vida.
Cuando te inspira el amor maternal, eres capaz de sacar una fuerza que desconocías al punto de creerla inexistente en tí. Alimentas diariamente la paciencia y haces que florezcan árboles de esperanza. Con la devoción que sientes por ti hijo, das vida nada menos que al futuro.
Ese amor maternal esculpe en tu rostro rasgos de complacencia y en tu figura traza finamente pinceladas de incondicionalidad. Hace de ti, flamante madre, un ser protector, cariñoso y lleno de luz para alumbrar e iluminar una familia, para dar calor de hogar.
Con ese amor maternal, no solo forjas la personalidad y
autoestima de tu bebé, sino también su seguridad e independencia a futuro.
Compartes conocimientos y vas construyendo sus alas para que, algún día, no importa qué tan pronto sea, eche a volar lo más alto que pueda.
El amor maternal ofrece la más dulce recompensa
Seguramente, cuando niña, deseabas ser mamá, por lo que jugabas esos juegos de rol donde todo era color rosa. Sin embargo,
cuando la vida te coloca de cara con esa situación tan anhelada, comienzas a ponderar el esfuerzo, dedicación y sacrificio de tu madre, tantas veces criticada.
Pues allí vives en carne propia el modo en que el cansancio y su aliado, el mal humor, traicionan y te vencen en un duelo que durante años no tendrá tregua. Apreciarás que entre los más sentidos “Te amo, mi brillante sol” puede colarse un escurridizo “¡Basta, me cansaste!”.
Cuando te sientes pronunciando esa frase mortal, sientes tu mundo desplomarse, incluso puedes sentirte una mala madre. La frustración se materializa en lágrimas de angustia sufridas en soledad. Es ahí donde tu hijo, en su búsqueda implacable, te halla y sana tu dolor con sonrisas que no entienden de rencor.
No te preocupes si el amor maternal, no solo muestra su faceta más dulce y tierna, sino también de momentos saca a relucir su carácter. Tu hijo te aceptará así, gruñona y mandona en ocasiones, pues su gratitud lo llevan también a amar sin medidas, del modo más puro e incondicional.
No sientas culpa, abrázalo, discúlpate conectando con la mirada. Devuélvele una sonrisa, regálale de tu tiempo, cántale su canción favorita, juega hasta con objetos que antes creías obsoletos para divertir a alguien, danza acompañando sus entrecortados pasitos de baile.
El amor maternal es vida y futuro
Ser mamá es realmente un regalo de la vida, sin duda, el más bello. Es innegable que, por momentos, también puede tornarse complicado. No obstante, este oficio sin remuneración material pero con la mejor paga al alma y al corazón encuentra pequeños grandes detalles reconfortantes cada día.
Son justamente todas estas vivencias diarias signadas por una conexión única y especial, inexplicable y en algunas oportunidades inentendible las que fortalecen el amor maternal. Se trata de un constante aprendizaje en donde el ácido de los sinsabores y reveces de la vida es diluido por lo dulce de mimos y juegos.
Este amor maternal consiste en un afecto inalienable, el más intenso y virulento, sincero y generoso que nace luego de compartir las más vibrantes experiencias que logran marcar a fuego cada uno de nuestros días de
madre.
Por esto mismo, el amor maternal implica sorprendernos al descubrir nuestra verdadera capacidad de amar ciegamente, llegando a encontrar el sentido a todos los días en aquel pequeño ser que nos empuja a seguir sorteando las dificultades que se presentan en la vida, por grandes o pequeños que éstos sean.